lunes, 8 de enero de 2024

CRUCE DE CAMINOS

 

La historia que os voy a contar transcurre en los años 90 en un pequeño pueblo de la costa gallega, cubierto de casas blancas con calles estrechas, donde habitan pocas personas, todos sus vecinos se conocen y hay muy buena armonía entre todos ellos. La gran mayoría se dedican a la agricultura y a la pesca, en mi caso, mi familia siempre se ha dedicado a la agricultura y desde pequeño me gustaba pasar las horas en el campo ayudándoles, aún recuerdo el olor y el sabor de los tomates recién recogidos…

Antes de contaros mi historia, voy a presentarme. Mi nombre es Jaime, tengo 42 años y como ya he dicho vivo en una pequeña aldea costera, me dedico a la agricultura y en mis pequeños ratos libres me encanta pasear y estar en contacto con la naturaleza. En mi pueblo hay varias rutas de senderismo por las montañas de la zona y sobre todo los domingos, suelo apuntarme con mis amigos Javier y Mónica durante toda la mañana hasta llegar al pico más alto y allí descansamos antes de volver a casa comiéndonos un bocata.

Me considero una persona muy aventurera e inquieta, siempre he querido conocer otros lugares y otras personas, salir del pueblo, vivir nuevas experiencias, pero no he podido hacerlo porque he tenido que dedicarme al negocio familiar cuando mis padres enfermaron y no pudieron hacerse cargo. También creo que soy muy ingenuo, he tenido varias experiencias negativas con el amor, he tenido varias parejas, pero no han acabado bien por circunstancias del destino… ahora mismo me cuesta pensar en tener una relación, creo que tengo varios asuntos que resolver antes…

Y aquí es donde comienzo a contaros un cruce de caminos…. Hace aproximadamente veintiún años, mis padres me encargaron llevar una cantidad bastante generosa de hortalizas a unos grandes almacenes en Madrid para su venta en supermercados, era una oportunidad magnífica y donde íbamos a tener unos buenos ingresos, que me iban a permitir estudiar en la universidad. Organicé ese viaje y alquilamos un camión para transportar las hortalizas, el viaje era de seis horas y me iba a hospedar una noche en un hotel cerca de Gran Vía para poder descansar antes de volver a casa, pero los planes cambiaron de la forma menos esperada.

¿Alguna vez habéis pensado que os falta algo, que no estáis completos?

Pues bien… los planes cambiaron esa misma tarde que llegué a Madrid, en ese momento me di cuenta de que todo el ambiente y las sensaciones eran completamente distintas a lo que hasta ahora había vivido. El ruido, la gente, el tráfico… todo eso era novedoso para mí, diferente a como se vive en un pueblo.

Comencé con la descarga de los productos que estaban en el camión, en un instante levanté la mirada y vi a un hombre, de más o menos mi edad, que rebuscaba entre los contenedores de alimentos caducados. Fue como si me hubiera salido de mí mismo y estuviera en dos sitios a la vez; y a la vez en un único sitio. Noté en él, por su expresión facial, que estaba sintiendo lo mismo que yo, éramos muy extraños, pero también muy familiares, nunca mejor dicho. Ese muchacho se parecía muchísimo a mí físicamente, aunque su aspecto era desharrapado y bastante desaliñado.

Me acerqué a él y ambos nos quedamos más sorprendidos aún de nuestra similitud según nos íbamos aproximando. Me atreví a hablarle, aún desconozco que clase de fuerza e impulso interno hizo que me acercara y le hablara, supongo que fue el asombro y la expectación de ver a otra persona tan parecida a mí. Cuando estaba a pocos metros le dije:

-          Buenos días, perdona, ¿te puedo hacer una pregunta? ¿cómo te llamas? – fue lo primero que se me ocurrió. Vista su sorpresa al verme, comprendí que él también se había quedado atónito.

-          Me llamo Juan – me dijo con cara de asombro debido a las circunstancias. - ¿y tu cómo te llamas? – siguió.

-          Jaime – le contesté y seguí hablándole - perdona que te haya molestado, pero es que tu cara me resulta muy familiar.

-          Si, a mí también, ¡qué coincidencia! si parecemos gemelos. - Me contestó. Yo no salía de mi asombro- Supongo que compartimos la misma sensación de sorpresa- la curiosidad me paralizaba- me parece increíble esta situación.

-          Lo mismo digo, es como mirarme al espejo antes de quedarme en harapos y cartones. O estamos soñando, o alguien nos ha copiado o clonado. Creo que no somos suficientes para conocer la explicación. Como he dicho antes, me llamo Jaime, y tengo 21 años. Vengo de un pueblo gallego a vender la cosecha. Solo salgo del pueblo para vender los productos de la tierra- me presenté.

-          A pesar de mi apariencia, no siempre he vivido entre bolsas de basura. Muchas veces la vida no sale como uno espera y un solo error se puede pagar muy caro. Aunque ahora tengo poco dinero, siempre que he podido, he colaborado con una buena causa.

-          Veo que tenemos varias cosas en común entonces – le dije. ¿Puedo invitarte a una bebida? Creo que, si nos entendemos, esta vez puedes ser tú el que recibas la ayuda que necesitas.

Nos dirigimos hacia una cafetería cercana que había al final de la calle para seguir conversando. De camino, se me ocurrían muchas preguntas sobre este fortuito encuentro, y no paraba de darle vueltas a la idea de cómo el destino a veces te manda señales que debemos saber interpretar. De alguna manera, sentía que había algo que me empujaba a conocer la verdad sobre todo aquello.

Entramos en la cafetería, el ambiente era ruidoso, turbio y chabacano. Aun así, Juan tomó una palmera de chocolate acompañada de un descafeinado, y yo un croissant con leche. Mientras comíamos y charlábamos me di cuenta de lo mal vestido que iba Juan y el aspecto tan realmente desaliñado que mostraba. Al terminar, pagué toda la cuenta y salimos de allí enseguida ya que aquel ambiente me trastornaba.

- ¿Cómo puedes aguantar con tanta gente armando ese follón? Pregunté a Juan ya en la calle.

- Te vas acostumbrando. - me respondió. – Se nota que eres nuevo en la gran ciudad. Yo solo he conocido este entorno, siempre he residido aquí. Mis padres me contaron, que me acogieron cuando era joven y me trajeron aquí para darme una vida más próspera y apacible de la que me había correspondido. La verdad es que nunca me hablaron de mi origen y de cual era esa vida de la que me salvaron.

- Al menos a ti te dieron la opción de cambiar de vida – me quejé – Yo siempre he vivido en el pueblo y nunca he tenido otra opción más que trabajar en la huerta familiar. Nunca me ha gustado ser horticultor, pero supongo que la vida es la que es, y no se puede cambiar.

Al hablar del huerto me di cuenta de que aún no había descargado el camión y que seguían todos los productos en el interior. Le ofrecí a Juan que me ayudase a descargar el camión a cambio de un estipendio. Se veía que era tan pobre que no le llegaba ni para los alimentos más básicos y que vagabundeaba y pedía por la calle para poder subsistir.

-          Mi objetivo es que algún día pueda pasar de pedir a dar, te ayudaré con mucho gusto a cambio de una pequeña recompensa. – me aclaró.

Comenzamos a descargar el camión y la conversación volvió a fluir:

-          Antes me has dicho que tus padres no te hablaron de tu origen, entonces ¿no sabes dónde naciste? – pregunté con el asunto en la cabeza continuamente.

-          Lo cierto es que no. – contestó Juan. – El caso es que con quince años tuve lo que parece ser un accidente muy grave y perdí la memoria por completo. Cuando desperté en el hospital, me preguntaron por mi familia, pero yo no supe qué responder.

-          A partir de ahí mi vida solo fue a peor. – siguió Juan. - La familia de acogida me abandonó a los pocos meses sin ninguna explicación y he estado por el mundo como un barco a la deriva. No supe, o no pude adaptarme socialmente y lo poco que tenía lo perdía… y así, acabé como me ves ahora, buscando en la basura.

El testimonio de Juan me impactaba tanto que me dejó sin palabras, no entendía cómo una persona, aparentemente tan buena y amable, podía acabar tan mal. De verdad, que aquello, me hacía polvo. Juan me había caído bien, y se merecía que alguien le diera una oportunidad.

-          Te voy a ofrecer algo. – le propuse. – Podemos evitar que sigas así. Tengo una habitación de hotel muy cerca de aquí, donde voy a pasar la noche y mañana temprano vuelo para el pueblo. Te ofrezco un techo donde dormir esta noche y una comida caliente.

-          No sé qué decir… la verdad es que me vendría muy bien. – decía Juan.

-          Si, si, si, mañana vendrás conmigo al pueblo, le contaremos a mi familia lo que ha pasado y podrás empezar a trabajar con nosotros en la huerta.

-          Muchas gracias, la verdad es que lo necesitaba. – exclamó Juan con lágrimas en los ojos. – Te enseñaré Madrid a cambio de que tú me enseñes Galicia. 

Montamos en el camión y nos dirigimos hacia la zona donde se encontraba el hotel en el que tenía la habitación reservada. Mientras conducía, repasaba todo lo vivido aquel día y me di cuenta de que, en la vida, nunca sabes que nuevos retos te puedes encontrar en cualquier momento.

Fue una noche bastante agradable en el hotel. Cada uno dormimos en una cama individual, pero antes de dormir continuamos hablando de nuestras vivencias, experiencias, reflexiones y opiniones. No podía dejar de querer saber más de Juan, teníamos muchas cosas en común y me resultaba tan familiar… como si le conociese de toda la vida, me sentía a gusto, como en casa. Quizás estaba siendo demasiado invasivo con tantas preguntas, pero a él se le veía fluir con mucha tranquilidad y no parecía sentirse incomodado.

Al día siguiente partimos hacia Galicia, al pueblo. Estaba inquieto porque anticipaba la reacción de mis padres en mi cabeza con frases como: “¡oh Dios mío! Has traído a nuestra casa a un transeúnte que acabas de conocer”, “dile que se vuelva a Madrid, puede crearnos problemas”, “¿cómo eres tan ingenuo y confiar tanto en los demás?”

Llegamos a casa y me sorprendió su reacción, totalmente diferente a la que estaba imaginándome durante el viaje, predominaba la generosidad y la curiosidad y no tanto la desconfianza y los prejuicios. También parecía como que le conocían de hace tiempo… Cuando Juan se instaló en una habitación que le habilitamos, quiso inmediatamente conocer el pueblo y el negocio familiar, se le veía muy motivado y con ganas de empezar cuanto antes su nueva vida.

Esa misma noche escuché a mi madre y a mi padre hablar en la cocina, mi madre estaba agitada y llorando.

-       No puedo más con todo esto, tenemos que hablar con los chicos, estamos ocultándoles algo que es importante para ellos y deberían saberlo. – murmuró mi madre entre sollozos.

Al día siguiente, algo se cocía en al ambiente familiar, existía una de especie de secretismo. Algo escondían mis padres acerca de Juan, y del asombroso parecido que teníamos. Decidí hablar con ellos y que, con sinceridad, me explicaran que era lo que estaba ocurriendo en realidad y que se dejaran de secretismos.

Al principio se quedaron sin palabras, pero después de hablar a solas nos dijeron a Juan y a mí que les esperáramos en el salón para contarnos todo. A los pocos minutos, allí estábamos los cuatro sentados unos frente a otros y mi madre comenzó a tartamudear nerviosa, su piel comenzó a ponerse pálida y sus pupilas parecían que iban a salir disparadas. Mi padre, intento seguir y entre los dos empezaron a contarnos la verdadera historia de lo que había pasado. Mantuvimos los cuatro, junto con Juan, una conversación de aproximadamente 3 horas, muchas lágrimas, mucha sorpresa, mucho enfado y desconcierto, pero sobre todo muchas dudas y preguntas, algunas de ellas muy difíciles de contestar para mis padres y muy difíciles de aceptar para nosotros.

Mis padres nos explicaron que no hubo ningún abandono… resulta que éramos hermanos gemelos y nos separaron al nacer. Se llevaron a Juan a la capital confiando en que allí iba a tener más oportunidades con una familia con muy buen estatus y yo, me quedé con ellos en el pueblo, decidieron por mí que mi futuro tenía que ser en el campo y no en la ciudad como Juan. Nunca nos contaron nada sobre esto, por vergüenza, ya que tendrían que reconocer que no podían mantener a dos hijos, y nos contaron que para ellos fue muy duro tener que desprenderse de uno de sus vástagos.

Al final, la verdad salió a la luz, mis padres se quitaron la losa de encima y la familia fuimos asumiendo el nuevo rol de cada uno y acogiendo a Juan como uno más. Una nueva situación que asustaba al principio, pero que después hizo que fuéramos una familia más unida que nunca.

Pasaron las semanas y Juan era uno más en la familia, y en el negocio se desenvolvía perfectamente con sus tareas y la venta de fruta comenzó a aumentar gracias al alto rendimiento. Juan era un hombre previsor y no quería defraudar a su nueva familia por miedo a perder el dinero que tanta falta le hace para poder conseguir su ansiada autonomía y no depender de terceros. También tenía una gran responsabilidad para no defraudarme a mí, estaba eternamente agradecido por la oportunidad y el acogimiento en mi familia.

La casualidad nos hizo un guiño y decidió volver a juntarnos y poco a poco resolver nuestra situación tanto moral como social. El destino había generado un cruce de caminos que para mí hermano y para mí superó a la realidad.

La moraleja con la que me quedo de toda esta historia es que las cosas que hacemos nos definen más que lo que somos o de dónde venimos.


                             



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