La historia que os voy a contar transcurre en
los años 90 en un pequeño pueblo de la costa gallega, cubierto de casas blancas
con calles estrechas, donde habitan pocas personas, todos sus vecinos se
conocen y hay muy buena armonía entre todos ellos. La gran mayoría se dedican a
la agricultura y a la pesca, en mi caso, mi familia siempre se ha dedicado a la
agricultura y desde pequeño me gustaba pasar las horas en el campo ayudándoles,
aún recuerdo el olor y el sabor de los tomates recién recogidos…
Antes de contaros mi historia, voy a
presentarme. Mi nombre es Jaime, tengo 42 años y como ya he dicho vivo en una
pequeña aldea costera, me dedico a la agricultura y en mis pequeños ratos
libres me encanta pasear y estar en contacto con la naturaleza. En mi pueblo
hay varias rutas de senderismo por las montañas de la zona y sobre todo los
domingos, suelo apuntarme con mis amigos Javier y Mónica durante toda la mañana
hasta llegar al pico más alto y allí descansamos antes de volver a casa
comiéndonos un bocata.
Me considero una persona muy aventurera e
inquieta, siempre he querido conocer otros lugares y otras personas, salir del
pueblo, vivir nuevas experiencias, pero no he podido hacerlo porque he tenido
que dedicarme al negocio familiar cuando mis padres enfermaron y no pudieron
hacerse cargo. También creo que soy muy ingenuo, he tenido varias experiencias
negativas con el amor, he tenido varias parejas, pero no han acabado bien por
circunstancias del destino… ahora mismo me cuesta pensar en tener una relación,
creo que tengo varios asuntos que resolver antes…
Y aquí es donde comienzo a contaros un cruce de
caminos…. Hace aproximadamente veintiún años, mis padres me encargaron llevar
una cantidad bastante generosa de hortalizas a unos grandes almacenes en Madrid
para su venta en supermercados, era una oportunidad magnífica y donde íbamos a
tener unos buenos ingresos, que me iban a permitir estudiar en la universidad.
Organicé ese viaje y alquilamos un camión para transportar las hortalizas, el
viaje era de seis horas y me iba a hospedar una noche en un hotel cerca de Gran
Vía para poder descansar antes de volver a casa, pero los planes cambiaron de
la forma menos esperada.
¿Alguna vez habéis pensado que os falta algo,
que no estáis completos?
Pues bien… los planes cambiaron esa misma tarde
que llegué a Madrid, en ese momento me di cuenta de que todo el ambiente y las
sensaciones eran completamente distintas a lo que hasta ahora había vivido. El
ruido, la gente, el tráfico… todo eso era novedoso para mí, diferente a como se
vive en un pueblo.
Comencé con la descarga de los productos que
estaban en el camión, en un instante levanté la mirada y vi a un hombre, de más
o menos mi edad, que rebuscaba entre los contenedores de alimentos caducados.
Fue como si me hubiera salido de mí mismo y estuviera en dos sitios a la vez; y
a la vez en un único sitio. Noté en él, por su expresión facial, que estaba
sintiendo lo mismo que yo, éramos muy extraños, pero también muy familiares,
nunca mejor dicho. Ese muchacho se parecía muchísimo a mí físicamente, aunque
su aspecto era desharrapado y bastante desaliñado.
Me acerqué a él y ambos nos quedamos más
sorprendidos aún de nuestra similitud según nos íbamos aproximando. Me atreví a
hablarle, aún desconozco que clase de fuerza e impulso interno hizo que me
acercara y le hablara, supongo que fue el asombro y la expectación de ver a
otra persona tan parecida a mí. Cuando estaba a pocos metros le dije:
- Buenos días, perdona, ¿te puedo hacer una pregunta? ¿cómo te llamas? – fue lo primero que se me ocurrió. Vista su sorpresa al verme, comprendí que él también se había quedado atónito.
- Me llamo Juan – me dijo con cara de asombro debido a las circunstancias. - ¿y tu cómo te llamas? – siguió.
- Jaime – le contesté y seguí hablándole - perdona que te haya molestado, pero es que tu cara me resulta muy familiar.
- Si, a mí también, ¡qué coincidencia! si parecemos gemelos. - Me contestó. Yo no salía de mi asombro- Supongo que compartimos la misma sensación de sorpresa- la curiosidad me paralizaba- me parece increíble esta situación.
- Lo mismo digo, es como mirarme al espejo antes de quedarme en harapos y cartones. O estamos soñando, o alguien nos ha copiado o clonado. Creo que no somos suficientes para conocer la explicación. Como he dicho antes, me llamo Jaime, y tengo 21 años. Vengo de un pueblo gallego a vender la cosecha. Solo salgo del pueblo para vender los productos de la tierra- me presenté.
- A pesar de mi apariencia, no siempre he vivido entre bolsas de basura. Muchas veces la vida no sale como uno espera y un solo error se puede pagar muy caro. Aunque ahora tengo poco dinero, siempre que he podido, he colaborado con una buena causa.
- Veo que tenemos varias cosas en común entonces – le dije. ¿Puedo invitarte a una bebida? Creo que, si nos entendemos, esta vez puedes ser tú el que recibas la ayuda que necesitas.
Nos dirigimos hacia una cafetería cercana que
había al final de la calle para seguir conversando. De camino, se me ocurrían
muchas preguntas sobre este fortuito encuentro, y no paraba de darle vueltas a
la idea de cómo el destino a veces te manda señales que debemos saber
interpretar. De alguna manera, sentía que había algo que me empujaba a conocer
la verdad sobre todo aquello.
Entramos en la cafetería, el ambiente era
ruidoso, turbio y chabacano. Aun así, Juan tomó una palmera de chocolate
acompañada de un descafeinado, y yo un croissant con leche. Mientras comíamos y
charlábamos me di cuenta de lo mal vestido que iba Juan y el aspecto tan
realmente desaliñado que mostraba. Al terminar, pagué toda la cuenta y salimos
de allí enseguida ya que aquel ambiente me trastornaba.
- ¿Cómo puedes aguantar con tanta gente armando
ese follón? Pregunté a Juan ya en la calle.
- Te vas acostumbrando. - me respondió. – Se
nota que eres nuevo en la gran ciudad. Yo solo he conocido este entorno,
siempre he residido aquí. Mis padres me contaron, que me acogieron cuando era
joven y me trajeron aquí para darme una vida más próspera y apacible de la que
me había correspondido. La verdad es que nunca me hablaron de mi origen y de
cual era esa vida de la que me salvaron.
- Al menos a ti te dieron la opción de cambiar de vida – me quejé – Yo siempre he vivido en el pueblo y nunca he tenido otra opción más que trabajar en la huerta familiar. Nunca me ha gustado ser horticultor, pero supongo que la vida es la que es, y no se puede cambiar.
Al hablar del huerto me di cuenta de que aún no
había descargado el camión y que seguían todos los productos en el interior. Le
ofrecí a Juan que me ayudase a descargar el camión a cambio de un estipendio.
Se veía que era tan pobre que no le llegaba ni para los alimentos más básicos y
que vagabundeaba y pedía por la calle para poder subsistir.
-
Mi objetivo es que algún día pueda pasar de
pedir a dar, te ayudaré con mucho gusto a cambio de una pequeña recompensa. –
me aclaró.
Comenzamos a descargar el camión y la
conversación volvió a fluir:
-
Antes me has dicho que tus padres no te
hablaron de tu origen, entonces ¿no sabes dónde naciste? – pregunté con el
asunto en la cabeza continuamente.
-
Lo cierto es que no. – contestó Juan. – El caso
es que con quince años tuve lo que parece ser un accidente muy grave y perdí la
memoria por completo. Cuando desperté en el hospital, me preguntaron por mi
familia, pero yo no supe qué responder.
-
A partir de ahí mi vida solo fue a peor. –
siguió Juan. - La familia de acogida me abandonó a los pocos meses sin ninguna
explicación y he estado por el mundo como un barco a la deriva. No supe, o no
pude adaptarme socialmente y lo poco que tenía lo perdía… y así, acabé como me
ves ahora, buscando en la basura.
El testimonio de Juan me impactaba tanto que me
dejó sin palabras, no entendía cómo una persona, aparentemente tan buena y
amable, podía acabar tan mal. De verdad, que aquello, me hacía polvo. Juan me
había caído bien, y se merecía que alguien le diera una oportunidad.
-
Te voy a ofrecer algo. – le propuse. – Podemos
evitar que sigas así. Tengo una habitación de hotel muy cerca de aquí, donde
voy a pasar la noche y mañana temprano vuelo para el pueblo. Te ofrezco un
techo donde dormir esta noche y una comida caliente.
-
No sé qué decir… la verdad es que me vendría
muy bien. – decía Juan.
-
Si, si, si, mañana vendrás conmigo al pueblo,
le contaremos a mi familia lo que ha pasado y podrás empezar a trabajar con
nosotros en la huerta.
- Muchas gracias, la verdad es que lo necesitaba. – exclamó Juan con lágrimas en los ojos. – Te enseñaré Madrid a cambio de que tú me enseñes Galicia.
Montamos en el camión y nos dirigimos hacia la zona
donde se encontraba el hotel en el que tenía la habitación reservada. Mientras
conducía, repasaba todo lo vivido aquel día y me di cuenta de que, en la vida, nunca
sabes que nuevos retos te puedes encontrar en cualquier momento.
Fue una noche bastante agradable en el hotel. Cada
uno dormimos en una cama individual, pero antes de dormir continuamos hablando
de nuestras vivencias, experiencias, reflexiones y opiniones. No podía dejar de
querer saber más de Juan, teníamos muchas cosas en común y me resultaba tan
familiar… como si le conociese de toda la vida, me sentía a gusto, como en
casa. Quizás estaba siendo demasiado invasivo con tantas preguntas, pero a él
se le veía fluir con mucha tranquilidad y no parecía sentirse incomodado.
Al día siguiente partimos hacia Galicia, al
pueblo. Estaba inquieto porque anticipaba la reacción de mis padres en mi
cabeza con frases como: “¡oh Dios mío! Has traído a nuestra casa a un
transeúnte que acabas de conocer”, “dile que se vuelva a Madrid, puede crearnos
problemas”, “¿cómo eres tan ingenuo y confiar tanto en los demás?”
Llegamos a casa y me sorprendió su reacción,
totalmente diferente a la que estaba imaginándome durante el viaje, predominaba
la generosidad y la curiosidad y no tanto la desconfianza y los prejuicios. También
parecía como que le conocían de hace tiempo… Cuando Juan se instaló en una
habitación que le habilitamos, quiso inmediatamente conocer el pueblo y el
negocio familiar, se le veía muy motivado y con ganas de empezar cuanto antes
su nueva vida.
Esa misma noche escuché a mi madre y a mi padre
hablar en la cocina, mi madre estaba agitada y llorando.
- No puedo
más con todo esto, tenemos que hablar con los chicos, estamos ocultándoles algo
que es importante para ellos y deberían saberlo. – murmuró mi madre entre
sollozos.
Al día siguiente, algo se cocía en al ambiente
familiar, existía una de especie de secretismo. Algo escondían mis padres
acerca de Juan, y del asombroso parecido que teníamos. Decidí hablar con ellos
y que, con sinceridad, me explicaran que era lo que estaba ocurriendo en
realidad y que se dejaran de secretismos.
Al principio se quedaron sin palabras, pero
después de hablar a solas nos dijeron a Juan y a mí que les esperáramos en el
salón para contarnos todo. A los pocos minutos, allí estábamos los cuatro
sentados unos frente a otros y mi madre comenzó a tartamudear nerviosa, su piel
comenzó a ponerse pálida y sus pupilas parecían que iban a salir disparadas. Mi
padre, intento seguir y entre los dos empezaron a contarnos la verdadera
historia de lo que había pasado. Mantuvimos los cuatro, junto con Juan, una
conversación de aproximadamente 3 horas, muchas lágrimas, mucha sorpresa, mucho
enfado y desconcierto, pero sobre todo muchas dudas y preguntas, algunas de
ellas muy difíciles de contestar para mis padres y muy difíciles de aceptar
para nosotros.
Mis padres nos explicaron que no hubo ningún
abandono… resulta que éramos hermanos gemelos y nos separaron al nacer. Se
llevaron a Juan a la capital confiando en que allí iba a tener más
oportunidades con una familia con muy buen estatus y yo, me quedé con ellos en
el pueblo, decidieron por mí que mi futuro tenía que ser en el campo y no en la
ciudad como Juan. Nunca nos contaron nada sobre esto, por vergüenza, ya que
tendrían que reconocer que no podían mantener a dos hijos, y nos contaron que
para ellos fue muy duro tener que desprenderse de uno de sus vástagos.
Al final, la verdad salió a la luz, mis padres
se quitaron la losa de encima y la familia fuimos asumiendo el nuevo rol de
cada uno y acogiendo a Juan como uno más. Una nueva situación que asustaba al
principio, pero que después hizo que fuéramos una familia más unida que nunca.
Pasaron las semanas y Juan era uno más en la familia, y en el negocio se desenvolvía perfectamente con sus tareas y la venta de fruta comenzó a aumentar gracias al alto rendimiento. Juan era un hombre previsor y no quería defraudar a su nueva familia por miedo a perder el dinero que tanta falta le hace para poder conseguir su ansiada autonomía y no depender de terceros. También tenía una gran responsabilidad para no defraudarme a mí, estaba eternamente agradecido por la oportunidad y el acogimiento en mi familia.
La casualidad nos hizo un guiño y decidió volver a juntarnos y poco a poco resolver nuestra situación tanto moral como social. El destino había generado un cruce de caminos que para mí hermano y para mí superó a la realidad.
La moraleja con la que me quedo de toda esta
historia es que las cosas que hacemos nos definen más que lo que somos o de
dónde venimos.
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