miércoles, 8 de noviembre de 2023

AQUEL VERANO QUE FUE MEDICINA PARA EL ALMA

Agustín es un hombre de unos cuarenta y cinco años que vivía en un pequeño apartamento de Carabanchel. Desde pequeño le ha costado mucho socializar y relacionarse con gente, posiblemente por el miedo a equivocarse, a que le hagan daño y a no estar a la altura, como se puede apreciar es un hombre muy inseguro de sí mismo y con los demás.

Se trata de un hombre alto, apuesto, atlético, pelo corto de color rubio, ojos verdes y con una vestimenta normalmente informal. A pesar de todo lo mencionado anteriormente, se considera una buena persona, ya que se preocupa mucho por el bienestar de los demás, tanto que incluso en ocasiones no se observa a él mismo.

Remontando al pasado, exactamente a su infancia, fue un niño que desde los cinco años fue institucionalizado en una entidad religiosa por el fallecimiento de sus padres y carecer de familiares cercanos. En esta entidad religiosa existían rituales muy estrictos, solo podía relacionarse con personas del mismo grupo religioso, el resto de personas podían ser peligrosas… tampoco podía mantener relaciones afectivas con mujeres fuera del grupo y sin casarse. Cuando no se cumplía las normas eran castigados psicológicamente y físicamente por los líderes, a su vez que traicionados por compañeros que les transmitían cualquier incumplimiento a éstos. Con todo esto Agustín construyó en su mente una realidad de una sociedad hostil que castigaba y traicionaba.

Todo ello, hizo que no concibiese otras alternativas distintas a las normas y rituales de este grupo religioso y le generó gran malestar con el tiempo porque tenía una gran desconfianza por las personas que le rodeaban y expectativas erróneas de la humanidad. A la edad de 18 años decidió alejarse de este grupo y emprender su propia vida, le costó mucho debido al miedo que tenía por las personas que no pertenecían al grupo religioso, le costaba confiar, empezar de cero y aprender a conectar con la verdadera realidad.

Todo cambio aquel verano de 1995 cuando Agustín decide animarse a acudir a un camping en la Costa Brava para cambiar de aire y salir fuera de su barrio en verano. Lo que él no sabía es que en su camino se cruzaría Lucía, una mujer de unos cuarenta años, muy bella, amable y con una sonrisa permanente en su rostro. Ella se acercó a él cuando notó su dificultad al entablar conversación e introducirse en el grupo.

Agustín se quedó encandilado de sus ojos, su sonrisa y su cercanía, pero tenía miedo… ¿era correcto que hablase con una mujer? ¿Debería irse? Nunca antes había experimentado algo similar y desconocía lo que era sentirse así, ensimismado ante ella, no pudiendo ni centrar su atención en lo que le decía, solo en su belleza. Se dejó llevar por primera vez.

Hablaron y hablaron durante horas, hubo una conexión inexplicable y ambos pudieron expresar cómo se sentían y cómo se habían sentido en el pasado. Lucía también tuvo una infancia complicada, fue rechazada por sus padres y desde muy temprano experimentó la terrible soledad.

Juntos, durante días sembraron el “germen del afecto” que nunca antes habían sentido y se sintieron comprendidos, destruyendo las barreras de miedos e inseguridades. No fue fácil pero lo lograron.

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